Sin duda alguna el proceso de la crianza no es nada fácil, y en el camino, dependiendo de las circunstancias, pueden presentarse diversas situaciones que terminan afectando la dinámica familiar. Una de ellas, y quizás una de las más significativas, es cuando los roles cambian y los hijos terminan por convertirse en los padres de sus padres.
Aunque suene un poco complicado y difícil de imaginar, es más común de lo que se cree, especialmente en los tiempos en los que nos ha tocado vivir, en los que el ritmo de vida va cada vez más acelerado, las ocupaciones son mayores, y en muchos casos, padres y madres tienden a delegar la carga del hogar en los hijos, más que todo en el hijo mayor.
Especialmente en los casos en los que alguno de los padres por cualquier razón está ausente (bien sea por un tiempo o para siempre) solemos escuchar frases como “Ahora eres el hombre de la casa y deberás cuidar de tu mamá o tus hermanos” o “Ya eres una mujer por ende deberás cuidar el hogar”.
Quizás al leer estas frases nos resuenen un poco en la cabeza porque alguna vez las hemos escuchado, y sin embargo, no nos damos cuenta del poder que tienen y lo que representan. Al hacer este tipo de comentarios, directa e indirectamente, estamos logrando que nuestros hijos asuman un rol que no les pertenece. Y es entonces cuando los hijos se vuelven padres de sus padres.
Y es que si bien es cierto que a medida que los hijos crecen van adquiriendo más y mayores responsabilidades, hasta el punto de contribuir con el mantenimiento del hogar, esto no quiere decir que deban asumir el rol de los padres, independientemente de la edad que tengan, porque es allí que se generan los conflictos.
Especialmente si lo hacemos desde pequeños, cuando un niño o adolescente no está preparado para asumir ese tipo de responsabilidades, sino que más bien aún está en una etapa en la que necesita del cuidado y protección de sus padres.
Además, cuando desde pequeños los niños se ven en la circunstancia de convertirse en padres de sus padres, teniendo que asumir el rol de alguno de ellos (o de ambos) van perdiendo su esencia de niños, y se pierden de etapas hermosas y beneficiosas de la infancia que seguramente pudieron haber disfrutado.
Muchos hijos que crecen bajo estas circunstancias, llegan a la adultez guardando cierto rencor a sus padres, porque sienten que les robaron una parte de su infancia, o por otra parte, manifiestan que el hecho de tener que encargarse de sus padres, no les permite avanzar, independizarse y formar una familia propia.
Los hijos tienden a aceptar estas situaciones puesto que el sentimiento de culpa por no hacerlo, y el pensamiento de que les deben algo a sus padres por todo lo que han hecho por ellos, no los deja desligarse.
Y es que sí, aunque en algún punto de nuestras vidas adultas (cuando alcancemos la senectud) nuestros hijos probablemente deberán encargarse de nosotros, esto es algo que debe nacer de ellos y no sentirse como una obligación.
Desde cualquier punto de vista que lo veamos, el otorgar a nuestros hijos responsabilidades que no les corresponden, es negativo. No sólo porque afectará las relaciones familiares y habremos coartado su infancia o adolescencia, sino porque además terminará teniendo efectos en sus propias vidas adultas.
En la crianza, lo saludable es que cada quien asuma su rol, los padres deben ser padres y los hijos deben ser hijos, bajo el entendimiento de que a medida que crecen podrán ayudar cada vez más, siempre desde la posición de hijo, dejando clara la estructura familiar.
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