Queramos aceptarlo o no, las mentiras forman parte de nuestras vidas. Por muy pequeñas que sean, a diario decimos o escuchamos una gran cantidad de mentiras sin ni siquiera darnos cuenta.
Mentir de vez en cuando es normal, todos los seres humanos lo hacemos por diferentes motivos, el problema comienza cuando la mentira se vuelve más habitual de lo “normal”.
En este aspecto, los niños no son la excepción. Cuando un niño miente regularmente lo hace como forma de evitar un castigo por algo que ha hecho mal, o por el contrario como forma de obtener algún privilegio que de otra forma no pudiera haber obtenido (al menos, así lo piensan). Sin embargo, éstas no son las únicas razones.
Los niños (al igual que los adultos) también pueden mentir como forma de ser aceptados y pertenecer a un grupo, o para protegerse a sí mismo o a otros de ciertos peligros a los que creen estar expuestos. Independientemente de cual sea la causa por la que un niño mienta, algo que debemos entender es que cuando lo hace, detrás de todas esas razones hay algo más que da pie a la mentira, y es allí donde debemos actuar.
Lo primero que debemos analizar antes de actuar, es en qué entorno se está desenvolviendo el niño.
Cuando los niños mienten generalmente no lo hacen por iniciativa propia, sino porque lo han aprendido.
Muchas veces sin darnos cuenta, tendemos a decir pequeñas mentiras delante de los niños porque creemos que no le darán importancia, cuando lo que realmente no sabemos es que los niños, y sobre todo a edades tempranas, aprenden por imitación, por lo tanto la posibilidad de que copien esta conducta es bastante alta.
Es por ello que debemos estar muy atentos a lo que decimos y hacemos delante de nuestros niños, porque somos su mayor ejemplo, por ende nuestras acciones se verán reflejadas en ellos. Suele suceder también, que cuando los niños mienten para evitar un castigo o reprimenda, o como solemos decir “pasarse de listos”, lo hacen porque ya se han visto en situaciones similares y saben que las consecuencias son en extremo desagradables.
En este punto vale la pena revisar nuestras propias reacciones ante el comportamiento de los niños.
Si cuando han hecho algo que no deben o que a nuestros ojos “está mal” solemos reaccionar alterándonos, gritando e imponiendo castigos fuertes, muy probablemente lo que lograremos es que en otra ocasión nuestros hijos nos mientan para evitar tener que pasar por ello.
Con esto no quiero decir que deberemos ser flexibles todo el tiempo, no establecer límites ni consecuencias a las conductas inadecuadas; sino que es necesario que revisemos nuestras reacciones y logremos que éstas sean acordes a la situación. Reaccionar con rabia y gritos sólo logrará atemorizar al niño.
Si por el contrario, intentamos calmarnos, explicar las razones de por qué su conducta estuvo mal, y dar una consecuencia acorde a la situación, probablemente nuestros hijos lo entenderán con mayor facilidad y además de querer evitar portarse mal nuevamente, cuando lo hagan se atreverán a ser sinceros porque sentirán la seguridad y confianza suficiente para hacerlo.
Lo importante más allá de evitar que los niños digan mentiras, es enseñarles el valor y poder que tiene decir la verdad.
Si desde pequeños les explicamos las consecuencias negativas de decir mentiras, ya que tarde o temprano serán descubiertas, y lo positivo y liberador que tiene decir la verdad, seguramente buscarán ser más sinceros y habrán establecido una relación de confianza contigo.
Para hacerlo hay muchos recursos de los que nos podemos valer, como cuentos o historias, ejemplos del día a día, videos, entre otras cosas. Sin embargo lo más importante va a ser tu tiempo, tu disposición, tus palabras y tu ejemplo.
Un niño cuyos padres sean sinceros y se atrevan a reconocer delante de él los momentos en los que han errado, difícilmente buscará decir mentiras para salirse de situaciones difíciles, porque habrá aprendido de sus padres a tener la valentía y la seguridad para enfrentarlas.
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